Avaritia

 



Leilany Lomelí


Se escuchaban disparos. Eran fuertes, irregulares. La gente corría, gritaba, pero nadie entendía lo que pasaba. Cuando abrí mis ojos estaba en la nada, en la nada absoluta he infinita. Parecía un cuarto gigante completamente blanco pero en mi poca estadía, jamás encontré por cuenta propia un muro, o un techo. No había nadie, no había nada, solo estaba yo.


Mi primer instinto fue intentar correr y gritar pidiendo ayuda, pero nadie respondió, y correr no me llevó a ningún lado. Traté de caminar con mis manos al aire para ver si sentía algo que mis ojos no veían; pero no había nada. Estaba desesperado por salir, necesitaba ir y ver lo que ocurría en el lugar donde estaba antes, quería ayudar. Mis amigos y familia estaban ahí pero yo no. Necesitaba volver. Un pequeño libro apareció en el suelo, al principio no pensaba tomarlo, no me parecía correcto, hasta que vi mi nombre escrito en la portada. El libro no tenía color pero tampoco tampoco era blanco, y contenía fotos de mis amigos, de mi familia, fotos mías y todas parecían contar una historia.

Tal vez pase horas viendo aquellas fotos interminables, hasta que llegué a la página final. A diferencia de las otras, esta solo contenía una pequeña foto y un texto en un idioma diferente a mi lengua materna. Dejé el libro de lado y me incorporé para tratar de buscar respuestas a lo ocurrido, traté de caminar un poco más, pero el cansancio terminó por vencerme. Tenía sueño, no podía seguir caminando y me comenzaba a inquietar no encontrar ninguna salida.


Como si mis deseos se cumplieran una banca apareció de la nada y a su lado un pequeño árbol que parecía a punto de romperse. Identifique el lugar al instante, esa banca estaba en un parque que solía visitar junto a mis amigos de la infancia. Corrí hacia ella y me senté a descansar un poco. Escuchaba gritos de auxilio muy lejanos, trataba de dormir pero aquellos gritos no me lo permitían. Quería silencio y así fue, Los gritos cesaron de la nada.


Mis preocupaciones no terminaban ahí, no podía durar mucho tiempo en aquel lugar pues aún tenía que alimentar a mi gato y terminar unos informes que mi jefe me había pedido para la mañana siguiente. Necesitaba volver.


Un fuerte estruendo. Giré la cabeza buscando la razón de tanto escándalo. Encontré un montón de papeles que podría jurar que eran aquellos informes que debía entregar, pero eso no era posible, no tenía lógica. Medite un poco más esto y llegue a la loca conclusión de que tal vez aquel lugar funcionaba así, quería algo y de alguna manera aparecía.


Creyéndome inteligente centre mis fuerzas en pedir una salida de aquel lugar, y funcionó, cuando volví a mirar una puerta blanca con un cartel de salida, estaba frente a mí. Trate de abrirla, pero esta no tenía perilla. Volví a concentrarme, esta vez pediría algo más específico, una puerta con perilla que sirviera de salida. Apareció la puerta pero esta era demasiado pequeña como para permitirme salir.


Nuevamente me concentré, ahora pediría una puerta grande, con perilla, que sirviera de salida. Cerré mis ojos y la puerta ya se encontraba ahí, pero era tan grande que yo no lograba alcanzar la manija.


Comencé a frustrarme y recordé aquellas pelotas para el estrés que solía apretar cuando me sentía de esa forma, una de aquellas pelotas apareció, la tomé y decidí que si no habría salida, al menos lo disfrutaría.


Primero, visualicé comida, pensé en cantidades ridículas para cualquier persona, aún así estas aparecieron., después, visualicé un sillón en el cual pudiera descansar. Como era de esperarse, apareció. Continúe pidiendo cosas sin importarme nada, solo quería saciar toda la avaricia que podía sentir.


Pedí cosas ridículas e innecesarias, poco a poco aquel lugar infinito se fue llenando de objetos tontos. Alguna vez leí que todo lo que parece ser de la nada, no es de la nada en realidad y que todo aunque no lo creamos genera una deuda infinita con el universo, una deuda que en algún momento tendremos que pagar. Pero en ese momento nada me importaba.


Mi percepción del tiempo me hacía pensar que no habían pasado muchas horas, pero cualquier persona que viera el aspecto que llevaba en aquel momento apostaría que ya habrían pasado milenios.


Seguí creando tantas cosas como mi imaginación me lo permitía. Dejé de buscar respuestas a aquel lugar, dejé de pensar en mis amigos, dejé de preguntarme si mi familia estaba bien y cuando ya no tuve aquella necesidad de querer ayudar fue cuando dejé de querer volver.


Pronto estuve harto de todos aquellos objetos y sentí mi soledad, quise quitarla así que pensé en un pequeño perro que me acompañara en mi estadía. Cuando el cachorro apareció este se comportó de manera indiferente a mí y al tratar de acariciarlo me mordió para alejarse corriendo. La soledad seguía sintiéndose así que pensé que tal vez si recordaba a alguien podría traerlo conmigo.


Traté de pensar en mi mejor amigo, pero no recordaba su cara, su voz o incluso su nombre, solo recordaba su existencia, traté de pensar en aquella persona a quien llamaba “el amor de mi vida”, pero tampoco logré recordar nada sobre ella. Intenté con mi madre tanto como pude, pero no lograba recordarla. Me asustaba no recordar a quien ame, pero ya ni siquiera recordaba haber amado.


Comencé a buscar entre los montones de objetos aquel álbum de fotos para ayudarme; pero no lo encontraba. Llegué a una pila de libros donde todos parecían ser iguales, solo cambiaba el título, el álbum que buscaba llevaba mi nombre por título, pero lo había olvidado. No podía recordar mi nombre, o mi cara, no podía recordar nada de mi vida. Me había consumido en aquel lugar que cumplía mis deseos. Diría, que me dejé llevar hasta olvidar lo que amaba.


Abrí todos los libros de aquella pila, sin ver el título. Estaba preocupado por encontrar algo de lo que ahora era mi pasado, abrí un libro escrito en lo que supuse era latín o un español antiguo “avaritia possunt occidere” eso fue todo lo que logré leer antes de aquel lugar temblara, sentía como todo comenzaba a comprimirse, parecía que aquel lugar infinito, dejaba de ser infinito.


Lo que parecían los muros se fueron pegando, el suelo fue ascendiendo hasta que logré tocar algo que deduje era el techo. Las paredes me comprimían y todos los objetos que había creado me estaban ahogando lentamente. 

Aquella infinidad se fue consumiendo a sí misma hasta desaparecer, aún conmigo dentro.

Y fue en ese momento, cuando no recordaba mi nombre, a mi familia, cuando no recordaba mi vida y había perdido mi esencia, cuando ya no me quedaba nada más por definir como yo, que en realidad morí.

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