David Trozos


A quien corresponda:
Me encuentro aquí, con la tristeza brotando de mis puños, mientras relato la historia de un viejo amor. Las palabras se escurren sobre el papel como las puñaladas de pasado sobre mi carne. Ya no me queda nada más que una nota y unos pensamientos que se borrarán con la edad. Quiero mantenerla viva, conmigo, mas sé que ella se va a transformar de lúcida a imprecisa.
Aún en estos momentos no logro desprenderme de la fragancia de su cuerpo. No puedo sacar de mi mente aquellos instantes en los que Adriana paseaba desnuda por la habitación. Ella fruncía el ceño, pensaba en qué sería de lo nuestro.
Sin embargo, decía que me amaba. Yo, en mi mundo, no quería arruinar el momento, simplemente la dejaba hablar, mientras mi imaginación me decía una y otra vez lo necesario que era dejar todo como si se colocara el punto final a una oración.
Ahora, desde que mi amada se fue, sólo me quedó una vieja nota en el escritorio, ella prometía volver una vez más. Su letra se veía apresurada, con ganas de terminar esparcida rápidamente a lo largo del espacio en blanco.
Sí, todo sigue igual, una botella de vino tinto sobre la hoja para que le impidiera volar con el aire, un par de copas al costado derecho de la nota y una cajetilla de cigarros a la izquierda. ¡Pero qué absurdo es el pasar del tiempo! Al presente todo se adorna con pequeñas moléculas de polvo que me recuerdan su ausencia.
Un día estás en la cama con la mujer que amas, al siguiente abrazas una almohada que alberga su perfume. Naturalmente, todo habla de un vacío, de un hueco que espera a ser llenado. Mas, ¿quién podrá ocupar su lugar? No hay nadie en el mundo que me acaricie como lo hacía Adri, con lentitud, con la necesidad de tatuar cada milímetro de mi piel en los ecos de sus pensamientos. No hay persona capaz de mirarme como lo hacía ella, observando el más mínimo detalle, grabando cada segundo en su corazón.
No obstante, ya no está aquí conmigo, no hay caricias, no hay miradas, no queda nada fuera de aquella nota arrumbada y un corazón viejo para volver a amar.
Recuerdo la primera vez que me crucé con esta mujer. Fue un viernes por la noche al salir del hospital. Su rostro era iluminado superficialmente por una pequeña lamparilla, su mirada se encontraba señalando un horizonte tan lejano e incierto, imposible de contar. De repente, pequeñas lágrimas caían de sus ojos, en mí hacían tanto eco que tuve que acercarme para preguntar qué era eso que la atormentaba.
“Mi marido acaba de fallecer, ahora estaré sola con mi hijo y no sé a quién recurrir”. La oportunidad había nacido de aquella tragedia, yo no desaprovecharía la ocasión de volver a verla, le entregué una tarjeta de presentación: Dra. Scarlett Lozano. Posteriormente, le dije que me buscara para ver si podíamos arreglar de alguna manera su situación.
Su mano rozó lentamente la mía, un choque eléctrico se produjo del contacto de ambas, nos miramos directamente a los ojos y la inocencia de los suyos inundó la oscuridad de los míos. Le sonreí, retomé mi camino a la salida y no supe más de ella, al menos no por el momento.
Luego de tres semanas recibí una llamada en mi consultorio, mi secretario me comunicó enseguida que la Srta. Adriana solicitaba hablar conmigo. En mi ignorancia rechacé la llamada, no conocía a nadie con ese nombre, además, me encontraba redactando uno de mis informes para presentar frente a un grupo de estudiantes de enfermería.
Sin embargo, al poco rato, entró por la puerta de mi consultorio la persona que me había llamado. Era ella, la mujer que tanto me había enloquecido en aquella noche vaga a la memoria.
Me explicó que necesitaba trabajo, puesto que en tres meses nacería su bebé y no tenía qué ofrecerle. Mas, no sería ético que la persona que le ofreciera empleo se aprovechara de la oportunidad e intentara enamorarla. Así que, sin más, le dije que no podía ofrecerle la ayuda que me estaba pidiendo, pero la recomendé con uno de mis colegas para que trabajara como la niñera de sus dos hijos.
Este pequeño hecho fue lo que desencadenó una serie de acontecimientos, entre ellos que pudiera verla cuan lo menos dos veces a la semana. El doctor Héctor me aseguraba que esta mujer era la mejor compañía para sus hijos, eso sin contar que, todo el tiempo me hablaba de la belleza de dicha mujer. Su conversación giraba en torno a Adriana. No me agradaba la idea, pero no era ciega, esos dos se habían involucrado en una relación amorosa, o eso fingía él, ya que no pasaba de un encuentro sexual y montón de promesas vacías.
Siempre supe que de ahí no saldría nada bueno, sólo más problemas para la dama solitaria. Por otra parte, ya no era mi asunto, me sentía traicionada por uno que creía mi mejor amigo. Lo que provocó mi repentina decisión de irme a trabajar a una clínica en una ciudad que estaba a cuatro horas de mi hogar.
Se cumplieron los tres meses, supuse que Adriana debía de haberse aliviado en esas fechas. No supe nada de su persona, pese a que mi mente me obligaba a cuestionarme acerca de su destino. Pasaron doce meses más, todo seguía un ritmo pausado, rutinario.
Acercándose la fecha de año nuevo tuve que ir a mi ciudad natal, uno de mis hermanos se había accidentado. Para eso habían transcurrido 19 meses en total. De nuevo, el pasar del tiempo lo único que había logrado era uno que otro bache más en la calle, una casa pintada de diferente color al que recordaba, lo demás, intacto.
Ingresé por la puerta principal al hospital. Iba con un caminar apresurado hasta que choqué con una mujer que estaba de espaldas. ¡Era ella! ¡Adriana! Mi cerebro se quedó trabado y no me permitió decir nada, sólo un “discúlpame”. Velozmente seguí con mi camino a la habitación 314.
Mi hermano estaba en coma. Había sufrido un accidente de motocicleta, su esposa había decidido que al día siguiente lo desconectaría. Me senté en una silla a lado de su camilla, le hablé de cuánto lo quería y de lo mucho que lamentaba no haber estado ahí para él. A las nueve de la noche me despedí de mi hermano y prometí venir a verlo antes de que lo desconectaran. Platiqué un rato con mi cuñada acerca de lo sucedido y de la demanda al causante del accidente.
Me dirigí a la cafetería que estaba frente al hospital. Tomé asiento y pedí un americano grande. Saqué mi teléfono celular, necesitaba marcarle a mi asistente para que cancelara todas las citas de esa semana. Cuando terminé la llamada, llegó Adriana, me miró, sonrió y se sentó junto a mí.
No dijo nada, pidió un moka, sacó un cuaderno y comenzó a dibujar. No importaba lo que sentía por verla ahí, no me interesaba nada, simplemente quería estar sola, no estaba de humor, mi hermano moriría al día siguiente, no era tiempo para que yo ligara con nadie. Me entregaron mi café, lo bebí a la carrera y pagué mi cuenta. Seguido de esto me fui del lugar sin decirle palabra alguna.
En camino a mi casa recibí una llamada, era Alexandra, mi nueva pareja. Le comenté lo que estaba sucediendo, recibiendo como consuelo la promesa de que vendría para acompañarme en el velorio. Al colgar el teléfono arribé en mi hogar, entré y vi cómo todo estaba en su sitio. Esta pequeña casa me traía mucha nostalgia, así que, aunque más tarde traté de conciliar el sueño no lo logré.
A las seis de la mañana me dirigí a con mi hermano y a las nueve con cinco minutos lo desconectaron. Mientras que mi cuñada se encargaba del papeleo para poder llevarnos el cuerpo, yo fui al ministerio público para ver cómo iba la demanda del idiota que provocó mi pérdida familiar. ¡Vaya sorpresa me tenía la vida! ¡El asesino de mi hermano no era otro que mi viejo colega! ¡El idiota que yo creía amigo mío!
Pasé para hablar con Héctor, él, muy cínico, al ver que era yo, me suplicó que quitara la demanda puesto que un accidente le puede pasar a cualquiera. Cierto, eso era verdad, pero algo que no es justo es el hecho de causar una muerte por ir drogado y borracho. Sin embargo, fue con él que me enteré de lo sucedido con Adri.
La esposa del médico se enteró de su amorío con la que debió ser mi chica, razón por la cual le pidió el divorcio obteniendo la patria potestad de sus hijos y la totalidad de sus bienes. Él se fue a vivir con Adriana y el bebé. Con el pasar de los días, Héctor comenzó a beber y a utilizar medicamentos como drogas. Su nueva novia se hartó y lo corrió de su casa.
Luego de saber esta historia, salí de la habitación pese a las súplicas de mi colega. Procedí con los trámites legales para que en menos de una semana me dieran la noticia de que el reconocido ginecólogo estaría ocho años en prisión como mínimo.
Por otro lado, el día del funeral de mi hermano llegó Alexandra como lo había prometido, además, apareció Adri también con el pretexto de acompañarme. En suma, mi novia fue a casa para tomar un descanso del viaje, por lo que me dejó en manos de la desconocida. Ese día conocí al pequeño Esteban, el niño de meses que se parecía tanto a su madre. Lo cargué y me sentí dichosa por primera vez en tanto tiempo.
Adriana me platicó que estaba trabajando como intendente en el hospital. Al parecer, luego de haber terminado su relación con mi colega, decidió alejarse del amor por el bien de su niño.
Pasadas dos horas me ofrecí para llevarla a su apartamento. Cuando llegamos le ayudé a bajar la carriola y la pañalera. Subimos al tercer piso, abrió la puerta y dejó a su hijo en la cuna. Yo estaba a punto de despedirme, ella no me lo permitió.
Se abalanzó sobre mí, me besó apasionadamente, pero eso no fue lo que me sorprendió sino el hecho de que intentara acariciar todo mi cuerpo a la vez que trataba de sacarme la camisa. La detuve, le dije adiós y me fui a casa.
Esa noche, pese a ser de luto, debo admitir que tuve el segundo mejor sexo de mi vida. Adriana me dejó tan excitada que al llegar a mi domicilio no pude controlarme y terminé por comerme a Alexandra, cosa que no había pasado hacía más de tres meses.
La semana del novenario pasó sin novedad. Mi novia no se separaba de mí ni un momento a causa de nuestra noche pasional. Por aparte, también noté que estaba más dulce y cariñosa conmigo. Mientras que, Adriana no volvió a aparecer.
Recuerdo que después del tiempo de los rezos, mi pretendiente se disculpó conmigo porque tenía que regresar a la ciudad. Por mi parte, le prometí que me regresaría a la semana siguiente, debido a que aún debía arreglar unas cosas relacionadas con la muerte de mi hermano.
Alex se fue, no sentí el menor de los vacíos. Pero, ella, ella no me deja en paz desde que abandonó esta habitación. ¡Si tan sólo supiera cuántas veces al día recuerdo nuestra historia! No bastaría una botella de vino ni una noche de pasión para que yo pudiese olvidarla.
El recuerdo de su piel desnuda, sus pezones al erizarse con el rozar de mis dedos, su centro humedeciéndose al pasar mi lengua por su clítoris. Estos recuerdos no se olvidarán jamás, son sensaciones que me arrebatan el alma, la vida, pero ella ya no está…
Estuve una semana más en casa. Afortunadamente, Alex no se dio cuenta de que todo era mentira. Mi pretexto para quedarme no dejaba de ser eso, un vil pretexto. Simplemente necesitaba despejar mi mente, habían sido días muy cargados de emociones para mí.
No hice nada, me gustaba estar en el patio de mi casa, junto a un jardincito que tenía. Las rosas estaban hermosas, coloridas y dispuestas a alegrarme. Me la pasaba horas mirando mis flores, acariciando sus pétalos, anhelando un instante de tranquilidad.
Una tarde, salí a pasear por un parque aledaño a mi casa. Para sorpresa mía, me encontré con Adri. Nos miramos, ella se sonrojó, me acerqué y la besé sujetándola de la cadera. Así estuvimos por un minuto, después, fuimos a mi casa…
No necesitamos entrar en una habitación para hacer de las nuestras. Al cruzar el umbral de la puerta principal, ansiosas la una por la otra, nos besamos con pasión, al grado de que en varios momentos nuestros dientes chocaban. Le mordí los labios, bajé por su cuello, llevé mi respiración a su oído mientras ella dejaba escapar gemidos inconscientes. Nos desnudamos y nos acostamos en el sillón.
Mis piernas se enredaron con las de ella tal cual los tallos de las flores se cruzaban entre sí. La torpeza se apoderó de las dos, mientras que en busca del roce perfecto movíamos nuestros cuerpos al mismo compás del sonido de nuestros latidos. Sus pezones en mi boca a la vez que ella estaba sobre mí, era un mordisquear, chupar, succionar, mientras palpaba mis dedos a lo largo de un camino desde la parte superior de su espalda para finalizar en sus nalgas… Un cambio de posición, yo sobre ella, yo bajando por ella. Respiración entrecortada, gemidos, humedad entre sus piernas y en mi boca… Su espalda arqueándose, sus piernas temblando…
Sexo una y otra vez… Su sexo en mi boca, el mío en la suya, nalgadas, gritos, convulsiones de placer. Quería hacerla completamente mía, llenar su abdomen de cardenales, exprimir su fuente hasta que no quedara nada más, ni siquiera una gota de fluido.
Esa fue la primera vez que nuestros cuerpos se unieron, la primera de muchas más. Nuestra historia apenas comenzaba.
Los días restantes, su hijo estuvo al cuidado de sus abuelos. Ella en vez de trabajar en la clínica lo hacía conmigo (y no hablamos del trabajo) en la sala, en la ducha, en el comedor, en la habitación, incluso en el patio frente a las rosas.
Para desgracia nuestra, ¡todo tiene un final! Y esta semana no sería la excepción, también tuvo el suyo. Regresé a la ciudad para dedicarme al trabajo. Claro, era más que obvio que no dejaría de hablar con Adriana después de lo sucedido, siempre estábamos en contacto, hacíamos videollamadas, llamadas, o nos llenábamos las bandejas de mensajes cursis en ciertas ocasiones, eróticos en otras.
Alex no era tonta, sabía que algo estaba pasando, me alejé de ella inesperadamente y no había otra explicación: yo tenía a otra mujer. En menos de un mes y medio después de que volví, mi novia preparó todo para pedirme matrimonio antes de que me le fuera de sus manos.
Esto sucedió en la casa de sus padres, en dicha cena invitó a mis familiares más cercanos y a nuestros amigos. Preparó mi comida favorita y a la mitad de la reunión hizo un brindis, continuando a pedir mi mano.
Todos estallaron de alegría, creían que éramos la pareja perfecta. Los aplausos, los gritos de euforia y las felicitaciones inundaron el lugar. Yo no sabía qué hacer, mi cabeza daba vueltas y no me dejaba de atormentar la idea de tener que alejarme de Adriana definitivamente.
Por otro lado, sabía que Alex no se merecía que la lastimara, ella siempre había estado para mí y me había amado de la manera más tierna que podía hacerlo. Siempre se preocupaba por lo que me sucedía, lo menos que se merecía era una decepción amorosa.
Luego de unos minutos, Alexandra se notaba cabizbaja al no obtener respuesta de mi parte. Todos guardaron silencio, así que procedí a abrazarla y a levantarle el rostro, le di un beso y frente a nuestros invitados dije con voz temblorosa: “Claro que sí, acepto”.
A esta noche le siguieron unos meses llenos de estrés. Los preparativos de la boda, el trabajo y la relación secreta con Adriana estaban acabando con mi paz interior. Que si ya había visto lugares para la luna de miel, que si ya había checado trajes, que si esto, que si lo otro… Tu paciente te espera, tienes cinco citas pendientes, tres cirugías y bla, bla, bla… Lo único que me salvaba a la vez que me asfixiaba eran mis encuentros con Adriana.
Durante nuestros amoríos hablamos de mi boda, de su hijo, pero nunca de nuestra relación. Ambas sabíamos que lo nuestro no pasaría de ser una dependencia pasajera, aunque un amor para toda la vida.
De nuevo, volaron ocho meses hasta que el día de la boda llegó. No daré una descripción de un suceso que carece de valor para mí. Lo que sí he de contarles es que luego de la fiesta, mi esposa y yo nos dirigimos a nuestra luna de miel en unas cabañas dentro del bosque.
Mentiría si dijera que no tuve intimidad con la que era mi pareja. Al contrario, lo hicimos tantas veces que perdimos la cuenta. No fue amor, simplemente placer sexual como aquel que se consigue luego de una masturbación observando una portada vieja de revista.
Posterior a este acontecimiento, comencé mi vida en matrimonio, no puedo quejarme, todo iba “bien”. Siempre era lo mismo, levantarnos, irnos al trabajo, comer juntas, seguir trabajando, cenar juntas y tener relaciones.
Por otro lado, mi romance con Adriana se convirtió en algo lejano. Ya no había mensajes ni llamadas, sólo uno que otro encuentro cada dos o tres meses. Fue así como en nuestra última intimidad me comentó que se casaría con un ingeniero que trabajaba cerca de su casa.
Esa noche fue la última en que nos dimos cariño. Hicimos el amor con calma, aprovechando cada segundo, inhalando el perfume que emanaba de nuestros cuerpos, observando cada detalle de su piel en combinación con la mía, disfrutando de las sensaciones que al tacto se producían. No conversamos, simplemente gozamos aquel instante.
Ella comenzó a caminar por la habitación como cada que teníamos que despedirnos. “¿Qué vamos a hacer?”, “¿por qué no te puedes quedar conmigo?”, “¿qué va a ser de nosotras?”, ¿qué pasaría si se enterarán de lo nuestro?”. Monólogo seguido de una respuesta señalada en nuestro destino y que no fue pronunciada por sus labios: sería nuestro final.
Se acostó junto a mí, su cuerpo desnudo contra el mío. No supe en qué momento despertó, así como no supe cuándo decidió irse de mí para siempre. Se levantó y se dirigió al lugar donde comenzamos nuestro desborde pasional, en mi escritorio estaba la botella de vino y las copas que utilizamos la noche anterior, junto a ellas, como lo relaté anteriormente, un pequeño papel escrito con su letra: “te veré muy pronto, te amo, esto es más que una aventura”.
Lamentablemente, esa nota reflejaría su ausencia. El reloj marcaba una y otra vez la tragedia de mi dolor. La añoranza de su cuerpo, de su esencia, amaba a esa mujer y ahora estaba muerta. Ni el mismo dios podría regresármela.
Me la arrebataron, me quitaron la ilusión de mi vida, me robaron todo, todo…
Esa mañana, al salir de mi casa, se topó con una mujer embriagada de odio, Alexandra se había enterado de que nuestra relación seguía en pie, así que prefirió terminar con el asunto con sólo tres disparos y un carro sobre el cuerpo de mi amada.
Desde que recibí la llamada de la policía aquel día, nada sería igual, al menos interiormente. Fuera de eso, no quise cambiar nada en la casa, dejé todo tal y como ella lo había dejado. Sólo el polvo me recordaba que no habían pasado dos o tres días, sino años de su partida.
Ahora no me quedaba nada, sólo el recuerdo de su olor, de ella completamente. Cada que enciendo un cigarrillo pasa nuestra historia y al terminarlo se olvida nuestra relación. Todo me es volátil e intangible. Su rostro, pese a mi esfuerzo por no olvidarla, me parece borroso, frágil e imposible de alcanzar.
¿Quién diría que el amor se iría?, ¿quién esperaba que esta mujer me abandonara a la desesperación? Sólo me queda el velar por el bienestar de su hijo que ahora me ve como su tía, la mujer que lo cuida y lo quiere firmemente.
Lamentablemente o por fortuna, hoy, hoy es el final de mi vida, por eso escribo mis pesares para dejarlos ir. Más, ¡Qué estúpido que de las acciones pase a las palabras! Relato mi historia, la desprendo de mi pecho para colocarla en estas hojas y ver cómo se esfuma la última gota de esperanza de tenerla junto a mí.
Con cariño,
Scarlett Lozano.
P. D. Espero poder reencontrarme con ella, ya sea en este mundo o en uno más allá de la vida. Quiero, anhelo verla una vez más y no dejarla ir…